VERSIÓN CORTA (para los lectores que sienten fiaca ante los blogs largos)
La soja, en sus diversas formas, representa un 20 por ciento de las exportaciones argentinas, y su tendencia es a la suba. Si se consideran todos los productos agropecuarios y sus derivados, el porcentaje es 60 sobre el total que el país vende.
Ese es el problema de fondo de la Argentina: no es que la soja sea mala; lo que es malo es que haya tan poca diversificación en las exportaciones. Cuando se exportan pocos productos, el tipo de cambio tiende a bajar (o sea, se aprecia el peso argentino) de manera que todo el resto de las industrias pierden competitividad y hay riesgo de desempleo.
Si esto no se corrige, la sensación de haberse sacado la lotería con la soja, pronto dejará paso a un deterioro de la economía.
Otros países que sufrieron este problema lo corrigieron, y la herramienta usada fue la retención a las exportaciones. Pero el dinero de las retenciones no se usó para pagar gastos del gobierno.
----------
VERSIÓN EXTENDIDA (advertencia a los lectores impresionables: viene una nota extensa, con abuso de jerga técnica y un sesgo semi-favorable al gobierno)
1. Ninguna de las afirmaciones en torno al conflicto entre el gobierno y el campo es correcta: ni el gobierno se está haciendo una redistribución de ingresos en nombre de los pobres ni tampoco se está dejando pasar una oportunidad histórica.
El actual recalentamiento de la economía ha sido a favor de los sectores de ingresos medios, que son los beneficiados por las tarifas bajas y el abaratamiento de electrodomésticos. El incremento de las retenciones a la soja no implica una mejora en la redistribución: más bien su primer efecto es el opuesto, ya que se enfría la actividad de servicios en las zonas de influencia, como Córdoba y Santa Fe.
Pero eso no dice que las retenciones no sean un instrumento válido de política económica. Sólo significa que el gobierno no ha sabido comunicar bien el tema, y que además no puede demostrar que las retenciones vayan usadas correctamente.
Las retenciones se usan en muchos países, para curar una enfermedad gravísima de la economía, y que es la mayor amenaza de la Argentina en este momento. Se trata de la ”enfermedad holandesa“, también llamada ”la maldición de los recursos naturales“. Tiene ese nombre porque el fenómeno fue diagnosticado en los años 60, cuando luego de descubrir grandes yacimientos de petróleo y gas, Holanda entró en una crisis económica inexplicable con un gran aumento del desempleo.
2. En pocas palabras, la enfermedad holandesa es lo que le ocurre a un país cuando tiene un recurso natural con grandes ventajas comparativas, y por consiguiente es muy productivo en ese rubro. El caso típico es el petróleo en los países del Medio Oriente. Ese recurso natural genera una gran afluencia de dólares que presiona hacia una apreciación de la moneda nacional. Al principio, ese país entra en una sensación de euforia: algo así como haberse ganado la lotería, como ocurre hoy en la Argentina con la suba en el precio de la soja. Los servicios, como la construcción, se expanden vertiginosamente, se abaratan las importaciones y la gente tiene acceso a bienes importados (como ocurre hoy con el boom de compras de pantallas LCD).
Pero lentamente empieza a verse la parte negativa del fenómeno. El tipo de cambio converge a un nivel menor, y con un dólar barato hay grandes sectores de la economía que no pueden competir. En la Argentina eso ya está resultando evidente: hay industrias como la textil que están perdiendo terreno frente a los importados, y donde cada vez se sustituye más el producto nacional por las importaciones.
La enfermedad holandesa hace que la economía dependa de un único producto, con el alto costo de impedir el desarrollo. ¿Usted vio alguna vez un producto con la inscripción ”made in Kuwait“ o ”made in Saudi Arabia“?
3. ¿Por qué ocurre esto? Porque el tipo de cambio real es un reflejo de la productividad de las exportaciones de un país (no de toda la economía, sólo de sus exportaciones). Y con la enfermedad holandesa cambia la composición de las exportaciones. El peso relativo del recurso natural aumenta considerablemente, y los dólares que entran al país empujan al tipo de cambio para que refleje esa mayor productividad. O sea, tener un recurso natural con precio muy caro en el mundo hace que el peso argentino suba (que el dólar nos cueste más barato). Así, a los argentinos les resulta muy barato irse de viaje, o comprar productos importados, mientras los exportadores industriales quedan más caros en términos internacionales hasta que ya no pueden vender sus productos. Eso retroalimenta el fenómeno, porque cada vez se concentra más la composición de las exportaciones, y sigue bajando el tipo de cambio.
La enfermedad holandesa lleva a un alto desempleo estructural, y a la quiebra de sectores enteros de la economía. Los economistas de la escuela clásica desestiman la gravedad de este fenómeno y sostienen que si esos sectores no pueden competir es simplemente porque no son eficientes, y el país ni debería molestarse en sostenerlos con subsidios. Pero el problema es mucho más complejo, porque no se trata de que los textiles argentinos sean menos productivos que los de los países competidores, ni que su diseño sea malo ni que tengan maquinarias viejas.
Es decir, no es que sean poco productivos en comparación con las industrias textiles de otros países, sino que son poco productivos en comparación con los productores argentinos de soja.
4. La discusión, entonces, lleva a discutir un punto teórico fundamental: el tipo de cambio de equilibrio que deja un desempleo de 20%, ¿es realmente el equilibrio? Para la tradición clásica, hay equilibrio si la cuenta corriente está balanceada (es decir, si la cantidad de dólares que entra al país es igual a la que sale).
Pero en casi todos los países que han sufrido este fenómeno se ve a la enfermedad holandesa como una seria falla de mercado, que requiere la intervención decidida del gobierno. Es decir, se considera que el verdadero equilibrio es aquel donde el tipo de cambio permite el pleno empleo. Entonces se busca corregir el desvío de tipo de cambio, para que se mantenga en un nivel que permita producir a la industria. Algunos países lo han logrado, entre ellos Holanda y Noruega, otros lo lograron parcialmente, como Brasil, otros fracasaron rotundamente como los países árabes exportadores de petróleo.
5. Los que corrigieron eficazmente el problema usaron retenciones a la exportación del producto que originaba la enfermedad holandesa. Hasta ahí, lo que hace la Argentina no está mal. Lo que sí es un error es el uso que se le da a las retenciones. Si se usan para tapar agujeros fiscales, no se logrará subir el tipo de cambio.
Para la Argentina, hay pocas opciones. Las retenciones deben dejar de ser usadas como equilibrador de la cuenta fiscal. Eso no soluciona ni la pérdida de la competitividad de la industria ni el enojo de las zonas sojeras que ven enfriarse su nivel de inversión.
Una estrategia a la brasileña, tal vez mezclada con un componente de uso de retenciones para el pago de la deuda pública serían una buena opción.
Mientras tanto, seguiremos en medio de un debate absurdo, y con el fantasma del desempleo acechando nuevamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario